Es realmente absurdo cómo algunas personas intentamos interpretar a los demás.
Cuando alguien nos interesa, nos importa o simplemente queremos saber qué pasa por su cabeza, examinamos cada palabra, sacándola de contexto, exagerándola, transformándola a nuestro vocabulario y al fin y al cabo utilizándola para referir aquello que queremos que signifique… Es decir, la convertimos en aquello que confirma lo que pensamos y por tanto nos tranquiliza.
Pero no son sólo las palabras el instrumento que hábilmente manipulamos a nuestro antojo, sino cada gesto, cada mirada, cada momento en sí… todo en una especia de burbuja que nos rodea y nos circunscribe, haciéndonos todopoderosos de su razón de ser, para por supuesto, confirmar esa hipótesis que estamos deseosos de dotar de veracidad, aunque solo sea para huir de otras hipótesis a las que tememos.
¡Qué aburrida sería la vida si no tuviésemos palabras que interpretar ni gestos que analizar! la comunicación perdería toda su riqueza y las relaciones serían tan simples y carentes de sentido que no existirían ni discusiones, ni debates, ni pasiones, ni razones.
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